Cuando llegas al final de un libro, todo es pulcro. Las palabras tienen sentido y no hay espacio para el azar. Esto, porque antes el texto pasó por varias ediciones, correcciones y el ojo clínico de un editor. No obstante, aquel manuscrito guardado por años en un cajón, el documento original, está lleno de errores, cosas que no se pueden decir. Una pésima ortografía de una serie de inolvidables vivencias.
Para Juan Luis Calderón, conocido por su personaje humorístico Ja Ja Calderón, el manuscrito es su vida. Y lo comenzó a escribir cuando tenía siete años. Un punto aparte para los episodios cerrados, punto seguido para las historias sin cuajar, comas para lo que no se puede evitar en el momento, signo de interrogación para la confusión del minuto, exclamación para la rabia implacable… la vida misma.
Nadie elige qué poner cuando la historia se escribe sobre la marcha. Solo fluye, y en consecuencia, el resultado son todos los desperfectos de un manuscrito que la vida pone donde quiere. Ja Ja Calderón también tiene mala ortografía.
En un par de meses, el comediante oriundo de Sagrada Familia, Curicó, lanzará un libro sobre sus recuerdos: “El Niño que Enloqueció de Humor”. Un texto en el cual edita su vida con toda la tranquilidad de sentarse a reescribir la historia. Está el sabor del fracaso. También la resiliencia que conlleva los sinsabores de la incertidumbre, el dolor de perder a un ser amado y, al día siguiente de enterrarlo, tener que vestirse de payaso y reír sobre la tarima. Y narra, por cierto, la improvisación frente a un tremendamente popular chiste que le fue hurtado…
Hay mucho de los nervios frente al Festival de Viña, hay mucho de ser padre y de que lo haya criado su abuelita porque su madre debía salir a trabajar muy temprano, de tener muchos hermanos y crecer sin su padre.
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Pero, finalmente, no se trata de lágrimas, sino de risas ahogadas por el llanto y memorias imborrables. “Es una lucha interna entre lo que puedo decir y lo que no puedo decir (…) un paseo literario por mi niñez, de aquello que he vivido y que pudo haber sido doloroso. Siempre he tratado de buscarle otra verdad (…) ¡Este no es un libro de humor, este es un libro humorístico!”, dice Juan Luis Calderón.
En conversación exclusiva con El Filtrador, Ja Ja Calderón se da el lujo de contar lo que no está en el libro, el dolor que ha aprendido a sortear con la risa y los resabios de una dura vida de la cual solo resta reírse.
— ¡Este no es un libro de humor, este es un libro humorístico!
¿Cuál es la diferencia?
En que un libro de humor, finalmente, lo que busca es hacer reír a la gente y aquí no está la idea de que yo me ponga en un modo de contar chistes y que la gente se ría, sino que son relatos de lo que he vivido y que trato de darles una mirada desde la comedia. ¡No es un libro de humor, es un libro humorístico!
Básicamente es una disección de lo que es Juan Luis Calderón en lugar de Ja Ja Calderón.
¡Exactamente! Por eso dice biografía no autorizada de Ja Ja Calderón escrita por Juan Luis Calderón.
Calderón hace énfasis en el título y lo que encierran las palabras escogidas detrás de él: “El niño que enloqueció de humor”. Se maravilla con su obra. Definitivamente hay mucha emoción vertida en las palabras, tal vez demasiada como para decirlas sin soltar una risa, sea de alegría o nerviosa.
Pide que adivine cómo se titulará. Le miento y le digo que no lo sé. Finalmente lo suelta como si se desprendiera de su más grande hazaña, lista para salir al mundo: “El Niño que enloqueció de humor”, dice, entre breves risas, con el sonido de los autos de fondo y una sirena que se cuela a la distancia.
— ¿Te gustó el nombre?”
— Me encantó.
¿Viste? ¡A todos les ha gustado el nombre! Cuando veas la portada del libro, sabrás que está reflejada, finalmente, la esencia.
El título del libro no es al azar y menos solo para que se vea bonito, y es que en la referencia a la novela de Eduardo Barrios, “El Niño que Enloqueció de Amor”, se desprende el mismo concepto de un niño que se enamora de su profesora. Para Calderón, la profesora es la vida, y por antonomasia, la vida es la risa.
¿Cómo concibe este concepto?
Para mí la profesora es la vida, que nos da enseñanzas todos los días. Creo que fue el primer libro que yo leí en mi vida. La profesora Angélica (del libro) para mí es la vida, y cada día me da un aprendizaje, y a partir de ahí, yo voy generando contenido. Por eso, de alguna forma, cuando di con este nombre, era porque el libro ya lo tenía enquistado en mi alma (…) de alguna forma tuve que enloquecer de humor.
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¿Cómo vive usted a través de Ja Ja Calderón?
Me pasa mucho en la casa que de repente digo algo en serio y me dicen: “no, tú estás haciendo una broma”. ¡No, estoy hablando en serio! No es el artista, soy yo, Juan Luis Calderón, soy yo, tu papá, soy yo, tu marido, el que está diciendo estas cosas. “¡No, si mi papá ya se puso a hacer rutinas de nuevo!”
El otro día estaba actuando y contaba la historia sobre mi hija, que se mandó a hacer unas uñas que le costaron $25.000. Entonces tú comprenderás, que con ese valor, cuando la mamá la manda a lavar las tazas yo le digo: ¡no, déjalas ahí no más, yo las lavo! Por último, si quiebra una taza, la media docena en la feria de Tres Poniente el sábado me costó $2,990 ¡No hay donde perderse! Y el otro día la pillo pelando papas… Entonces me di cuenta que todas las cosas que le encargan a ella las estoy haciendo yo. Estoy pensando seriamente en también hacerme las uñas y de ahí veré quién lava la loza y quién pela las papas.
Según Jaja Calderón, el vínculo más íntimo que le une a Juan Luis es su familia. Y es que el personaje se nutre de la cotidianidad en sus rutinas. Si bien, para él existe una disociación más profunda, muchas veces pasa inadvertida.
Mi hermano me dijo: “cuidado, que tu libro puede abrir heridas” y yo le digo que no, que voy a darles alas y dejar que vuelen, que vuelen y que se vayan, porque yo el humor lo veo como una especie de catarsis. Entonces, lo que en algún momento me pudo haber dolido mucho, yo lo libero.
Entonces recuerda la pila de cartas que envió a los diarios. Cuando las publicaban, al pie de página siempre decía “Juan Luis Calderón”. “Si yo firmaba como Ja Ja Calderón estaba haciendo un chiste”.
¿Por qué la literatura?
Porque desde niño a mí se me inculcó la lectura. De hecho, a mí en el colegio me decían Icarito (…) y en mi casa tal vez faltaba algo para echarle al estómago, pero no al alma. Hay un chiste en el libro, donde está mi mamá en la cocina y pregunta: “¿De quién es el vaso de leche?”. Y yo le respondo: “¡De Manuel Rojas, Mamá!
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El libro abarca todo lo que es su vida en relación al campo y a la ciudad, cuando finalmente llega. ¿Cuál fue el impacto que ello tuvo en su vida?
Bastante, estamos hablando de los años 80’s, y yo cuento los relatos de cuando era apenas un estudiante de teatro, cuando despliegas tus primeras armas en el escenario, en una época conflictiva, en una época donde no estaba permitido el humor político, el humor de la contingencia. Te cuento una historia terrible que me pasó allá, simplemente por hacer un chiste político…
¿Siente que se arriesgó más de lo que debería con un chiste?
A la gente le gusta mucho el humor político porque era como “¡mira lo que está diciendo!” simplemente por tener la valentía de decirlo (…) El episodio me sucedió previo al plebiscito, de repente lo cuento y todavía me emociona, fue un evento que hice allá en la localidad de La Unión, en la décima región, un mes antes del plebiscito, y por un simple chiste, un simple juego de palabras, la pasé muy mal. Yo comencé el show diciendo: “bueno, uno ve la tele, los diarios, las revistas, ¿y cuál es el tema principal? ¿El Plebiscito, no?”, y lo que me pasó fue que empezaron “¡Sí!¡No!¡Sí!¡No!”, y se armó la grande, y los del “Sí” hicieron notar que a los del “No” no les iban a dar la oportunidad de hablar, de manifestarse ¿y quién pagó las consecuencias? Yo. En medio de esa guerra me tomaron, me llevaron y me dejaron olvidado en una plaza a las 12 AM, llovía, y yo decía: “¡pero, por favor!”. Y aparte me decían que cómo me iban a pagar, si me habían pagado los del “No”, y yo lo único que hice fue un simple juego de palabras, y que me había funcionado en otras partes, pero acá no. Fue un acto radical que tomaron los que estaban por el “Sí”, y no la pasé bien (…) Me sentí una víctima tremenda, terminé tirado en un lugar donde nadie me conocía.
Ahora me quito eso de hacerlo tan terrible. Lo suavicé en relación a cómo era antes.
La misma historia está en el libro, pero despojada de la parte terrible. Hoy, después de tantos años, Ja Ja Calderón simplemente se ríe.
¡Este no es un libro de humor, es un libro humorístico! Que tiene muchas situaciones complicadas que viví.
A través del libro se va a saber la verdad, y yo lo digo de esta manera, y cuento la historia de aquellos bivalvos que fueron al Sernac. Entonces dicen: “¿qué es un bivalvo?”, y el que sabe va a entender que es el “chiste de los choros”, que alguien hizo famoso arriba del escenario. Yo lo cuento como unos bivalvos que fueron al Sernac, le doy la elegancia, no quería que fuera algo panfletario.
¿Finalmente ese chiste es de usted, verdad?
Originalmente sí, lo que pasa es que el humor tiene eso, que muchas veces estás actuando con otros colegas y era muy fácil tomar un producto que no es de tu propiedad y tirarlo en la televisión, y el que lo escuchó por televisión después dice “no, pero ese chiste es de tal persona”, pero es de esa persona solo porque a él se lo escuchó, pero no quiere decir que tenga propiedad sobre el chiste. La gente tiende a darle propiedad a una rutina o a un chiste dependiendo de quién lo cuenta.
¿Cuál ha sido el mayor logro particular de su vida?
En términos artísticos, yo creo que uno siempre que empieza en esto piensa que puede llegar al Festival de Viña, y ahí también lo planteo, que me demoré un poquito. Yo llegué a acuerdo con el canal un día 28 de diciembre, cuando ya teníamos a la vuelta de la esquina el festival. Pero yo siento, y lo planteo en el libro, que llegué un poquito tarde porque me acuerdo que en el año 2010 hice un espectáculo que sentí que debió haber estado en Viña, cuando enterraron una cápsula del tiempo en Santiago (…) y la gracia que tenía era que comenzaba cien años después, y a mí me metieron a la fuerza adentro de la cápsula para contarles cómo era el Chile de hace cien años (…) Entonces yo le contaba al público entre verdades y mentiras, y el público lo agarraba (…) incluso decía que como estuve cien años ahí aproveché de escribir un libro, y salía con “Cien Años de Soledad” y decía “Ojalá no me lo vaya a copiar García-Márquez”. Pero las cosas se dan como se tienen que dar.
Ahí arriba corres un riesgo tremendo, de toda tu trayectoria, que te fuera mal significaba que te iban a pasar a la hora que llegaban los humoristas que pifiaron, porque la televisión no está buscando al que le fue bien, sino que está buscando al que le fue mal.
¿Qué pasó con aquella rutina de Olmué y cuál fue la reacción de Álex Hernández?
La verdad es que fue un tema que me planteé varias veces si lo contaba o no en el libro (…), que la prensa lo leyera y finalmente se fijara solo en eso. Pero yo siento que al Festival de Viña subí un poco cojo porque parte de mi rutina había sido ocupada en el Festival de Olmué. No entro en detalles (…) si yo empiezo a contar la reacción que tuvo Álex Hernández, y que se enojó, y que golpeó la mesa con rabia, y que se para y dice “¡pero mira lo que este hueón hizo aquí y que pasa a llevar los derechos de los artistas!” no van a venir a mí, van a ir dónde Álex Hernández, y se me va la atención a otro lado, por eso prefiero dejarlo abierto (…) hubo una reacción de mucha rabia por parte del director en ese momento.
¿Y usted cómo lo tomó? ¿Mejor que el director?
No, yo también lo tomé con mucha rabia, porque finalmente tuvimos que hacer una modificación al contenido (…). Lo que pasa es que, volviendo al chiste de los bivalvos, siento que lo que hicieron fue tomar la pulpa y hacer otro jugo, pero esa pulpa estaba considerada en el Festival de Viña porque era de mi propiedad (…) ahora yo lo cuento como una anécdota, pero si a mí me hubieran pifiado en Viña, ahí yo exploto.
Hubo capacidad de resiliencia, o sea, después de lo del Bombo yo ya estaría puteando al mundo…
— ¡¿Qué?!
— ¿Qué?
— ¿Por qué nombraste al Bombo?
…
Hay un silencio brutal, un abismo de palabras que prefiere no decir. Ja Ja Calderón lo quiebra con una carcajada de esas que rompen los pulmones…
Después continúa reafirmando que con el aludido comediante son buenos amigos, viajan juntos desde que eran jóvenes, que Calderón es el padrino de una de sus hijas, que se siente muy amigo de él desde que estaban en la misma lucha por surgir en el campo de la comedia, aunque reconoce que la diferencia en contenidos los ha distanciado. El tema muere ahí, con todo lo que confirma lo evidente.
¿Su familia era de escasos recursos?
Claro, imagina, en los años 70’s, con una reforma agraria en curso, con un padre que muere cuando yo tenía 7 años, y yo cuento las historias de las veces que junto con estudiar tenía que ir a trabajar al campo (…) Nosotros íbamos a las Viñas, a sembrar a las chacras… yo cuando chico sembraba la chacra, labraba la chacra y cosechaba la chacra; ¡hoy con 56 años estoy yendo a un centro de sanación mental para que me alivien los chacras! (…)Yo nací en una época donde el viejo pascuero bajaba por la chimenea, hoy tienes internet y los bajas por Wi-Fi al hueón. Tiene ese juego de ir y venir.
¿Sintió en algún momento de su vida que no podía seguir riendo?
Bueno, yo tengo dos hermanos que se me murieron con una diferencia de un mes, más o menos, y el último que murió fue un día miércoles, y el viernes yo actuaba en un festival en Temuco, y yo fui, actué, me fue súper bien, y cuando me entregan el premio del festival…
Ja ja Calderón interrumpe su narración y su voz se ahoga un poco, no tiene la misma vivacidad que antes, sino que el recuerdo de aquel día se atora en su garganta.
Y le conté lo que estaba viviendo a la gente, y la gente no lo podía creer, o sea, me acuerdo de una frase: “nunca se saben las lágrimas que se pueden esconder detrás de una sonrisa”. Les conté que hace dos días enterré a mi hermano y que, a fin de cuentas, ahí estaba, riéndome de la vida, una vez más me tengo que reír de la vida, una vez más le hago el gallito a la vida, a aquello que me ha generado un dolor (…) a mí me contrataron para hacerlos reír, no para hacerlos llorar. Y es lógico que cuando llega el momento uno se para y puede decir “esto es lo que estoy viviendo, esto me está pasando”, y ahí sientes que te bajas del escenario mucho más fortalecido. Cuando murió mi hermano, y espero no emocionarme con esto, yo dije arriba del escenario que “yo tenía once hermanos, una vez se nos murieron dos y no nos dimos ni cuenta”, y la gente estaba muerta de la risa, y yo dije: “si ellos se ríen, yo también algún día podré reír”. ¿Y la gente sabrá lo que yo estoy viviendo? No, por eso, cuando me entregan el premio del festival fue liberador, porque les conté lo que estaba viviendo, cómo me paraba, disfrazado de payaso y tenía esa fortaleza. El silencio se apoderó del lugar, y el público que me escuchó ese día, se llevó más que la rutina, se llevó una parte del alma de Juan Luis Calderón.
Ja Ja Calderón ya no se ríe, ya lo hizo mucho a lo largo de la entrevista, y aún más en extenso, en el libro. Se estuvo riendo de todas aquella oportunidades que la vida le puso el signo de puntuación equivocado, la palabra equivocada, la letra que da lugar a un error ortográfico. En esos términos, el comediante sabe que tiene mala ortografía, sabe que todos la tienen, pero que por fin se sienta a reescribir una historia que sigue abierta.
Me gustaría con este libro llegar al Festival de Olmué el próximo año, porque ahí hay un público que escucha, y que después de contar todo esto, te va a entender. Larry Moe señaló en Las Últimas Noticias algo así como que “aquel que dice que Ja Ja Calderón es fome, yo le sugiero que le digan a la neurona que se ponga de pie”, eso es lo que me fortalece y me agrada, que mi humor no sea una cosa facilista.
Finaliza lleno de orgullo.
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